(La siguiente entrada No tiene como intención motivarte a ir al cine)
Estamos mal acostumbrados, en Venezuela, a ignorar el cine venezolano. Me consigo afortunadamente con una película muy importante para la historia de nuestro y país, ardua de filmar por un período de cinco años, como opera prima de un talento valioso y abundante de símbolos de dolor y esperanza.
Érase una vez en Venezuela, Congo Mirador, es una película semi-documental sobre una minoría venezolana, que con su situación y su estilo de vida refleja a todo nuestro país en una menor escala. Somos espectadores de la forma de vida de un pequeño pueblo a las orillas del Lago de Maracaibo que está siendo asediado por un bote de petróleo que contamina sus aguas y una sedimentación que los obliga a emigrar hacia otro lugar antes que sea demasiado tarde. Esta situación la miramos a las espaldas de tres figuras principales con posturas distintas; Tamara, una líder comunal socialista que apoya al gobierno y saca provecho de los beneficios que esto le brinda, la maestra, una joven partidaria de la oposición, incrédula de lo que dicen los políticos y rebelde al liderazgo que intenta oprimirla, , y una niña que no tiene nada que ver con lo anterior, netamente una víctima, el peor daño colateral y nuestra única esperanza.
Me agrada mucho que este trabajo es una muestra desbordada de pasión y compromiso con el arte nacional. En otros tiempos, con mucho orgullo esta película sería el pan de cada día de nuestros canales nacionales, eso proporcionaría una nutrición cultural importante, mínimo, a las personas que suelen procrastinar mucho con la televisión . Sino, vayan al cine a mirarla porque vale el esfuerzo por completo este semi-documental. En primera instancia, me sentí un poco predispuesto con el hecho de que era estilo documental, pero apenas se muestra el conflicto es inevitable sentir interés, y, a medida que avanza el filme, sentir frustración, vergüenza, dolor, sentido de pertenencia o esperanza . Eso me fascina y lo aplaudo de pie. En esas sensaciones identifico mi procedencia y me aferro a ella para defender que el lenguaje de esta película nos habla de una realidad que existe justo afuera de la sala de cine. Al mismo tiempo tiene un alcance global muy importante porque es como decirle al mundo “Mira lo que pasa en mi país… literal y figurativamente”.
La cantidad de símbolos que maneja la dirección son una delicia, las casas flotantes, el sedimento, los animales muertos, las consecuencias del petróleo, la escuela, la maleza, el ganado. Siéntate a identificar los mensajes subliminales atrapados en las normalidades de lo cotidiano y te darás cuenta de miles de cosas que, como venezolanos, nos llama constantemente a reflexionar.
Además de todas estas cosas mencionadas anteriormente, tenemos cerca del final del filme la reunión de Tamara con el gobernador; el momento en que nos topamos con el núcleo de nuestro problema en su estado mas bruto y lloramos como unos inocentes, o unos culpables, que cada vez más pueden hacer por sanar la situación. Esta escena final me abrió los ojos nuevamente a que nuestro problema no se trata de algo de Venezuela, o por los venezolanos, o por los latinoamericanos, es una situación de humanos, que se repite y se repite en nuestra historia porque no tenemos tiempo para leer sobre ella y tenemos mucho interés por destacar en el hoy, y mucho menos interés en sacrificarnos por el mañana. De igual forma no se preocupen, vayan a ver "Érase una vez en Venezuela, Congo mirador" y compartan lo que allí han aprendido, solo ese pequeño esfuerzo, puede marcar una gran diferencia en nuestro futuro.
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