(La siguiente entrada NO tiene como objetivo motivarte a ir al teatro)
El texto dramático que le ha regalado a la humanidad Claudio Tolcachir cae en las manos de Jeizer Ruíz para ser estrenado en la fundación Rajatabla. El texto, el director y el escenario son los más propicios para representar el mismo problema de siempre, con personajes muy distintos, con un distinguido aire de enredo y mucho talento a favor.
En nuestro primer
encuentro con este montaje no teníamos clara una
premisa que nos ubicara en algún lugar y al comenzar la representación no parecía
haber nadie dispuesto a dárnosla. Esto nos desencajó en primera instancia y
creo cierta predisposición. Dicha sensación se vio incrementada cuando
tenemos cinco personajes, de los cuales dos se encuentran en una situación
ajena a los otros. Toda esta confusión inicial nos desconectaba de la acción y el siempre
molesto, ojo crítico, estaba diciendo presente con mucha fuerza hasta que apareció aquello que más nos ha deleitado de esta experiencia. Hemos vuelto a probar la placentera sensación de que lo que ocurre en el escenario te arrastra por la
fuerza a prestarle atención. El texto, y por supuesto los actores, obligan al
espectador, sin más herramientas que la vida, a querer saber que se trae todo
esto entre manos, claro, si es que no deseas correr el riesgo de quedar a la
deriva entre risas y lágrimas del público y de los personajes.
Existe una armonía
escénica muy bien consolidada que nace a partir de la misma escenografía. El
lugar es propicio para todo el drama. Nos encanta el escenario repleto de cosas
que son útiles, más allá de estar allí para adornar la visual del público.
Además, hay una propuesta de iluminación que busca hacer mucho más con menos.
Hay una lámpara suspendida en el centro del escenario que sin mucho esfuerzo crea
una ilusión, un efecto muy distinto al que crean los reflectores sobre el
espacio, eso se agradece y se aplaude porque es en esa clase de detalles donde
la estética escenográfica, sin dejar de ser solo elementos e inspiración,
juegan un rol avasallante en el conjunto total de lo que vemos en el escenario.
Es hermoso.
Las interpretaciones
nos convencen completamente. El trabajo de cada uno está conciso y repleto de
matices bien logrados. Los personajes ríen, lloran, desean y rechazan sin dejar
de ser ellos. Ante esta paleta bien consolidada destaca la pata que más cojea.
En este caso, no vemos un gran problema con ninguno, aun así, creemos que uno
de los cinco actores tiene la posibilidad de indagar un poco más en la
profundidad de su personaje y alcanzar un mayor nivel de entrega, porque el
personaje que más da es el que menos recibe y en nuestro encuentro lo sentimos un poco
falto de corazón en sus palabras. Tampoco se trata de un defecto muy notorio o
de un detalle que destruya el arte tan hermoso aquí encontrado, de hecho, se
trata de un aspecto muy individual con respecto al colectivo que está en escena. Siempre podemos mejorar, siempre.
Los cantos que espontáneamente hacen presencia los escuchamos con el corazón y nos dan un respiro de todo el drama para prepararnos para más drama y sorprendernos con momentos de comedia muy acertados y valiosos. En definitiva estamos muy complacidos por el trabajo que se logró con este hermoso escrito teatral. El talento venezolano que está creciendo eleva paso a paso su propia vara y manteniendo la firmeza, puede ser capaz de superar cualquier expectativa. Tercer cuerpo cumple con creces al dejarnos esta fuerte reflexión sobre el amor.
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