(La siguiente entrada NO tiene como objetivo motivarte a ir al teatro)
La fundación Rajatabla celebra sus 50 años de aniversario con la obra "Ubu, a las puertas del cielo", adaptación de la obra francesa "Todo Ubu" de Alfred Jarry. El resultado es satisfactorio en líneas generales, aunque, existen ciertos aspectos menores que la distancian de cumplir con todas las expectativas, al menos en su primer fin de semana.
La historia que se desarrolla motiva al espectador a querer saber que viene, aunque tengamos que esperar unos quince minutos aproximadamente para vislumbrar hacia donde vamos. Sin embargo, desde el inicio se genera un entendimiento con la circunstancia que se plantea por la buena conexión entre los actores de la primera escena. Después tenemos el sueño del padre Ubu, que es probablemente la escena más difícil para nosotros como espectadores. Vimos la obra dos veces y en ambas ocasiones tuvimos cierto desvinculo o desconexión con los códigos que se plantean en esta secuencia, por alguna razón, relacionado con el lenguaje, separarse de lo que está ocurriendo y de lo hablado es fácil y pasamos a prestar atención a otras cosas de menor importancia, esto hace que consecuentemente se pierda el hilo de la historia, aunque afortunadamente lo recuperamos cuando ya por fin los personajes nos dibujan un poco de lo que ocurrió antes y lo que hará ahora.
Fuera de este episodio de confusión narrativo, con el que nos topamos en ambas ocasiones, la trama se maneja bien y todo es perfectamente entendible. Aparece un personaje maravilloso que juega el rol de la conciencia del padre Ubu y su carga simbólica nos dejó enamorados por completo, además, la interpretación de Luis Vicente es adecuada para hacer pasar desapercibido el gran peso crítico que este personaje posee. Esto lo vemos como un logro.
La madre Ubu esta compartida entre funciones por María Tellis y Sandra Moncada; en ambas oportunidades vimos a María y su trabajo es gratamente satisfactorio. Nos gustó mucho como maneja el ritmo de su propio tempo corporal, el mas "lento" de todos, y forma parte del conjunto con una fluidez propia del personaje. También nos ha parecido encantadora su voz y su forma de pronunciar, a pesar de tener las erres de "mierdra" intercaladas casi siempre, se le entiende perfectamente todo lo que dice. Lo único que nunca comprendimos es porqué llevaba aquel micrófono, para nuestros oídos y principalmente para nuestros ojos, innecesario.
Los palotines, con una energía muy similar, complementan toda la obra y la decoran con muchos momentos graciosos. Entregan el foco con determinación y cuando les pertenece lo comparten equitativamente; dan la sensación de ser dos en uno, o la contraparte del otro. Ocurre que, a medida que avanza la obra, van perdiendo protagonismo y notoriedad para entregarla a los demás personajes, por lo tanto, diríamos que cumplen bien con su rol. Aun así, es muy evidente cuanto se disfrutan la primera escena en comparación con las demás y por supuesto, los bailes.
La parte musical resulta atractiva desde el primer momento. Toda la mezcla de sonido está interesante, adecuada, adaptada e interpretada correctamente y la diferencia entre melodías o canciones no nos molestan en lo absoluto, forman un conjunto dividido en episodios específicos que se separan de los otros y los vuelven únicos en identidad. Además, la usan como un recurso no solo para cantar y bailar sino para involucrarse en el diálogo como un nuevo personaje, cosa que funciona muy bien en la comedia y levanta las risas con facilidad.
Tenemos a Antonio Delli como el padre Ubu en una interpretación muy disfrutable. No solo nosotros lo disfrutamos, él también juega de aquí para allá y hace lo que quiere, es interesante mirarlo y su cambio corporal, apoyado en ligeros elementos, lo hacen ver muy distinto, como si su cuerpo hubiera sufrido una gran metamorfosis. Realmente es un trabajo corporal muy bien logrado en el que obviamente se incluye su gran voz que resalta en varias ocasiones sobre las demás. Salvo la escena del sueño en la que ocurre algo misterioso, en HdA gozamos al verlo disfrutar hablar y moverse con libertad.
La creación escenográfica es interesante. Genera una estética única que funciona muy bien para la obra. Aún así me viene a la cabeza que menos es más en ocasiones, lo que no ayuda mas bien estorba. Comprendemos el simbolismo de las maletas y la importancia que existe sobre ellas, pero no veo la razón por la cual había tantas. Reducen el espacio de los actores innecesariamente y rozan el límite de la sobrecarga. Igualmente la máquina de humo, es un elemento aprovechable que genera un efecto que siempre se agradece, pero para este montaje si no estaba, daba igual.
Otra cosa que me pareció curiosa fue la iluminación. No estoy al tanto de las posibilidades que tenga la sala Rajatabla en este momento pero no recuerdo un momento destacado iluminado con una personalidad distinta. Tal vez no hacía falta, porque la luz amarilla agrupa todo en conjunto y nos hace percibir todo como uno solo, pero es solo una opinión extra.
Para finalizar puedo decir que me gusta mucho lo que logra Marisol Martínez en las piezas que dirige. En esta ocasión parece haberle dado cierto nivel de libertad a los actores. Igualmente, la obra tiene su esencia sostenida y la sala Rajatabla siempre es un buen complemento para hacerla brillar. Gracias por los nuevos cargos de ministro otorgados y gracias por traer al escenario venezolano una adaptación grandiosa de esta obra tan adecuada para los tiempos de “mierdra” que vivimos.